Guerra de los Cien Años

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Este artículo fue ganador del XV Premio de Adopción, así que siéntate y disfrútalo.


De la serie conflictos armados:
Guerra de los Cien Años
Battle of crecy froissart.jpg
Una imagen típica de la guerra según un cutre-dibujo de la época
Lugar y fecha Francia, 1337-1453
Bandos Malos Tontos
Fuerzas Inglaterra.png Inglaterra
Bandera borgona.jpg Borgoña
Kroaz Du.png Bretaña
Bandera Leon.jpg Castilla
Bandera de Portugal.png Portugal
Bandera del Pais Vasco - Euskadi.png Navarra
Bandera Sacro Imperio.png Sacro Imperio
Francia.png Francia
Kroaz Du.png Bretaña
Bandera Leon.jpg Castilla
Bandera Escocia copia.png Escocia
Bandera mallorca.png Mallorca
Bandera Bohemia.svg Bohemia
Bandera Reino de Aragon.png Aragón
Comandantes Inglaterra.png Eduardo III
Inglaterra.png Ricardo II
Inglaterra.png Lord Kenneth Branagh
Inglaterra.png El Príncipe Negro
Inglaterra.png Lord Voldemort
Bandera borgona.jpg Juan Sin Miedo
Bandera borgona.jpg Felipe "el Malo"
Kroaz Du.png Montfort "saca-ojos"
Bandera Leon.jpg Pedro I "el Cruel"
Bandera de Portugal.png Alfonsillo IV
más caballeros...
Francia.png Felipe VI
Francia.png Carlos V-VII
Francia.png Juana de Arco
Francia.png Bertrand de Guesclin
Francia.png Barbazul
Kroaz Du.png Carlos "el Vampiro"
Bandera Leon.jpg Enrique Trastámara
Bandera Escocia copia.png David II "el Gnomo"
Bandera Escocia copia.png Andrew Murray
Bandera mallorca.png Jaume Jesucrist IV
Bandera Bohemia.svg Juan "sin vista"
más caballeros
Armas arcos largos por doquier
dagas para rematar caballeros
armaduras de 100 kilos
honor caballeresco
Bajas incontables incontables (pero más)
Resultado Victoria tardía y pírrica francesa


La Guerra de los Cien Años fue una vil guerra bajo-medieval que enfrentó a Inglaterra y Francia por el dominio del trono francés, vacío tras morir el rey Carlos IV de un empacho de ostras. Este majo mozo no tenía hijos varones, aunque sí hijas baronesas, pero sólo se permitía a los hombres ostentar la corona de Carlomagno, aunque fueran gays. La jugarreta la aprovechó el malvado y sucio rey de Inglaterra, Eduardo III, nieto del sádico villano Eduardo “el zanquilargo” de Braveheart y más malo que este, para reclamar la corona aduciendo a que era sobrino de Carlete. No obstante, en Francia, el conde Felipe "el impotente" (sólo tuvo 8 hijos) decía también ser el legítimo heredero, esta vez porque era primo del difunto Charlie, y según él, primo era un parentesco mucho más cercano que sobrino. El lío estaba servido.

Aunque en Francia se nombró rey a Felipe por tener Eduardo apellido anglosajón (lo que lo convertía en una especie de pirata maleducado), el muy vil no se dio por vencido. Estaba hasta los cojones de tener que rendir vasallaje a Francia por el único motivo de poseer la mitad de dicho país, lo que lo irritaba tanto hasta el herético punto de causarle hemorroides en su real trasero. Como los nobles franceses no entraban en razón y seguían con sus tonterías caballerescas, decidió invadir Francia con todas sus mesnadas, carne de cañón irlandesa incluida. Este traicionero acto hizo que docenas de países que no pintaban nada (ni retablos góticos ni en la guerra) se metieran para reclamarle algo a Inglaterra. De estos, Mallorca y Bohemia eran los más poderosos.

La guerra fue terrible. Los ingleses utilizaron tácticas que las Waffen-SS les copiaron luego, y los franceses incluso reclutaron levas de niños huérfanos y enfermos. Aunque los descerebrados caballeros franceses creían que masacrar a unos aldeanos con arcos y sin armadura era ardilla con canela comida (sí, en esa época esto era comida de ricos), recibiron varias veces lo que se dice una buena tunda, pero eran tan obstinados que siguieron enviando gente al matadero hasta que, cien años después de que Eduardo III decidiese catapultar caca sobre Normandía, el mesías II, o sea Juana de Arco, llegó del Reino de los Cielos y con un par de vulgares y deslucidos asedios derrotó a los inglesitos, que a partir de ese día no ganaron ni siquiera los partidos de fútbol medieval (igual que el moderno, pero con dagas y garrotes permitidos).

Contenido

Antecedentes

La horrible muerte del rey Harold según el tapiz de Bayeux.
El rey Guillermo señalando enfadado hacia ti, decide no pagar ni un duro más a los gabachos.

Las rencillas entre Francia e Inglaterra se remontan a épocas oscuras posteriores incluso al sangriento período del año de la María Castaña. Comenzaron allá por el infausto año 1066 de nuestro señor. Por aquellos entonces Inglaterra estaba gobernada por los anglosajones, una especie de vikingos civilizados descendientes de los Rohirrim de Rohan que habían emigrado desde Germania y se habían convertido al cristianismo gracias a las predicas de un misionero llamado J. R. R. Tolkien. Al otro lado del canal habitaban los normandos, también de origen vikingo, pero menos civilizados al haber estado en contacto con toda clase de gentuza (francos, hitlers, frisones, etc.). Resulta que el rey de Inglaterra tuvo la genial idea de otorgarle la corona al duque de Normandía, Guillermo, por haberlo acogido una vez durante dos días en sus cuadras mientras estaba exiliado.

Cuando el rey murió y Guillermo reclamó el trono fue recibido a tomatazo limpio por el campesinado sajón, que despreciaba a los normandos y los veía como a simples orcos salvajes. Un tal Harold, el noble más poderoso de Inglaterra, aprovechó para usurparle la corona a Will, gesto que fue bien recibido por la población local, harta de injerencias extranjeras. Cuando Will se enteró reunió a sus caballeros, confiscó todo barco que halló en sus tierras, cruzó el canal e invadió Inglaterra. Harold se acojonó y propuso huir en masa al Abismo de Helm, una gran fortaleza en el condado de Wessex, pero su consejero Gandalf le recomendó atacar de frente a Will, cuyos caballeros pesados en su opinión eran “peores que la mierda de Saruman”. Cuando los dos ejércitos se enfrentaron en Hastings quedó claro quién tenía razón. Will masacró a los sajones y Harold murió de un flechazo en el ojo. Como los sajones, tras varios siglos, se habían vuelto muy acomodaticios, se rindieron en masa y aceptaron encantados a los normandos, que saquearon, mataron y violaron cuanto quisieron.

Will, como ya era rey, mandó al rey de Francia a tomar por el culo diciéndole que los impuestos se los iba a pagar su p**a madre y que no le tocase más los huevos. El rey gabacho no se tomó muy bien los comentarios tan soeces de su maleducado vasallo, pero como Francia en aquellos entonces se reducía a París y un par de fincas en Versalles, tuvo que contener su lengua y aceptar que Guillermo era el que mandaba. Y así pasó durante año tras año, tras año, tras año y rey tras rey, tras rey, tras rey, hasta que Eduardo III reclamó la corona gabacha en 1337; obviando, claro, que hacia la época de Robin Hood, ingleses y franceses eran amigos. No olvidemos que Ricardo Corazón de León le tiró los tejos a Filip de la France y tuvieron un amorío un poco asqueroso algún tiempo.

La guerra

Ganan los ingleses

El príncipe Negro deambulando por la acogedora campiña francesa.

Mientras Felipe VI y su corte de homosexuales gandules jugaban a desplumar ocas en París, Eduardo III ordenó a su flota zarpar hacia Flandes, lugar donde tenía muchos amigos de cacería. Los franceses reaccionaron mal y tarde enviado a su armada al mando del almirante Villenueve, secundado por Edward Teach, más conocido como Barbanegra. El almirante en jefe inglés, Lord Nelson, caballero de la Orden del Baño (poseía doce en su castillo a causa de sus problemas de vejiga), ordenó rodear a los gabachos y abordar sus barcos sin tomar prisioneros. Los hombres de armas ingleses, en su mayoría hooligans de los alrededores de Londres, cumplieron la tarea tan bien que no se salvó ningún francés masculino mayor de cinco años. Eduardo III, que andaba también por ahí, ordenó colgar a Barbanegra del palo mayor de su barco tras prenderle fuego a los calzones. Nelson fue ascendido a "Lord almirante senescal de las coles y los repollos" y recibió del rey el mandato de desembarcar en Normandía a sus huestes de arqueros galeses y hooligans sajones.

En Normandía, donde Robin Hood, el pastel de carne y todas esas porquerías inglesas eran apreciadísimas, Eduardo fue recibido como si fuese un futbolista de Segunda B o Mozart yendo de gira. Entonces los ingleses, a imitación de las Waffen-SS, empezaron a quemar pueblos y a matar campesinos tras robarles la cosecha y la mujer, a la que se daba dos opciones: o hacía de puta para la soldadesca, o de munición incendiaria para catapulta. Este amigable trato hizo aumentar la simpatía local hacia Eddie. Y usted se preguntará: ¿Y qué coño hacia Felipe VI mientras tanto? Pues había conseguido reunir un ejército enorme con la ayuda de navarros, mallorquines y bohemios, estos últimos con café, libro y todo, y esta vez tenían bonitas y relucientes armaduras de 100 kilos de peso y latas grandes de foie gras de oca.

La horrible muerte de cualquier caballero gabacho de la época, atravesado por docenas de alfileres.

Eduardo y sus arqueros roñosos y apestosos los encontraron al sur de Calais mientras trataban de dar con un mapa que les indicase el camino a París. Aunque algunos caballeros culés querían hacer el "Jogo bonito" (ganar jugando bien), Eduardo decidió encerrarse detrás de un muro de estacas afiladas con los arqueros y las ametralladoras, táctica a la que Felipe VI respondió enviando a toda la caballería a la carga al mando de Johann de Bohemia, un tipo totalmente ciego que hizo dar quince inútiles vueltas al campo a los caballeros franceses mientras cantaban una canción de Bisbal para desmoralizar al enemigo. Cuando por fin dieron con la ruta correcta, fueron diezmados por una plaga de topillos y sufrieron algunas bajas. Para liquidar a los molestos roedores, Felipe envió a sus ballesteros a cazarlos, pero los francotiradores ingleses hirieron al jefe en el dedo gordo del pie y el ataque se desvaneció. En un gesto de claro desinterés, Felipe ordenó atacar en masa de nuevo, acabando 30.000 hombres en el frío barro cosidos a flechazos. Filip resultó herido al caérsele las pestañas postizas y murió en 1350 a causa de un exceso de lágrimas derramadas.

Pipe VI fue sucedido por su hijo Juan II, apodado Johnny por los isleños, un tipo avaricioso y tontaina que tuvo que enfrentarse a Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, una mezcla entre Robin Hood y Bernd Schuster. Woodstock, por cierto hincha del Chelsea, estaba quemando pueblos y asesinando niños y bebés en uno de sus ataques, cuando su séquito de criminales fue sorprendido por 20.000 franceses al mando de Johnny deseosos de beberse su sangre mezclada, eso sí, con yogur griego de danone. La batalla fue corta. Woodstock y su gente simularon una retirada, atrayendo a los francesitos como la miel atrae a las moscas. Johnny en persona iba al frente de los gabachos. Cuando el joven asno menos lo esperaba, los arqueros galeses los cazaron como conejos mientras seiscientos hobbits de Birmingham y Leicester cargaban por detrás rematando a los heridos. Woodstock apenas tuvo tiempo a hacerse una paja. Juan, herido en sus nobles partes por una dentellada de un tejón inglés de la milicia, se rindió. Wood lo envió preso a la Torre de Londres. Se firmó entonces el tratado de Bretigio, según el cual Eduardo III renunciaba a la corona francesa a cambio del 75% del país.

Ganan los franceses

Los gabachos examinan el culo del Conde de Oxford tras su horrible suicidio.
Con el inepto Johnny disecando comadrejas en la Torre de Londres alimentándose a base de piruletas caducadas, las cosas fueron mucho mejor para Francia. Fue nombrado rey su hijo bobo Carlos V, igual de tonto pero más viril. Como hasta el cura más pasmarote había entendido que los ingleses solían atiborrarse de cruda carne picada noble cada vez que Francia atacaba con sus patéticas cargas de caballeros gays, Charlie decidió dejar de atacarlos en sus castillos con fosos de fairy llenos de cocodrilos y contrató a una peligrosa banda de sanguinarios filibusteros castellanos expertos en degollar tripulaciones enteras y vencer ejércitos de esqueletos. La idea de Charlie no era otra que enviar a esos rudos piratas a saquear la costa sur inglesa.
Era un poco gay... no, era totalmente gay.
Para maquillarlo un poco nombró almirante mayor al jefe, un tal Fernando "Morgan" Tovar, que en seis años había extinguido el ratón de campo inglés en doce comarcas del sur de Inglaterra. Entre tanto, en Francia, el rey descubrió un nuevo uso de sus polvos de talco: eran una magnífica arma para rociar a los arqueros galeses. Requisó a sus nobles todos los polvos y contrató a un famoso estratega prusiano, un tal Karl von Clausewitz para liderar su ejército.

La ofensiva francesa contra Normandía y Euskal-Herria norte fue un éxito. El jefe francés fue finalmente Bertrand de Guesclin, una especie de caballero ambicioso más bestia que Obélix. Los polvos de talco, catapultados sobre el ejército inglés por gigantescos trabuquetes italianos modelo "spaghetti", dejaron a los pobres galeses, poco habituados a la limpieza corporal, peor que si los hubiesen rociado con gas mostaza. El capitán inglés, Lord Voldemort, conde de Oxford, se suicidó metiéndose un petardo por el culete, salvaguardando así su honor.

Por esa época llego la guerra a las tierras de Móstoles y Leganés, pues resulta que había, otra vez, guerra civil es Castilla. Los ingleses enviaron al Príncipe Negro a ayudar a Pedro el Cruel, llamado así no porque "cruel" fuera mejor apodo que calvo o colchonero, sino porque era un truhán con todas las de la ley: desvirgaba mozas de grandes pechos, mataba campesinos y era partidario de que Lopera fuera presidente perpetuo del Betis. No es de extrañar que los franceses mandasen a Guesclin Obélix a socorrer a Enrique nosequé, el otro contendiente, que al final logró ganar tras vencer a Pedro usando catapultas lanza-menhires. Pedro murió y Castilla se alió entonces con Francia sin pedir nada a cambio... ¡idiotas!

También había una guerra civil en Bretonia, que tras expulsar a las hordas de orcos y skavens de los bosques se hallaba sumida en el caos. La cosa estaba allí entre los Montfort "saca-ojos" y los Blois, unos vampiros bebedores de sangre... de vaca. Los ingleses enviaron al caballero Sir Oliver Twist en auxilio de los Montfort, mientras que como siempre, Obélix Guesclin ayudaba a los vampiros. El hecho más destacado de esta sangrienta contienda fue el Combate de los Treinta, en el cual treinta hooligans del Arsenal se batieron en duelo contra treinta hooligans del Olympique de Marsella, resultando los ingleses aplastados. No obstante, un poco más tarde, la guerra se acabó cuando Obélix Guesclin pisó una caca de cabra y se sintió impotente para comandar a las tropas francesas, que desertaron y huyeron a casita.

Enrique V

Visión idealizada del momento en que Enrique V vio al ejército francés acercándose.
A finales de la década de 1390 la situación para los ingleses había experimentado un empeoramiento notable. Por un lado, tras las humillantes derrotas sufridas en Crécy y Poitiers, los afeminados caballeros franceses habían sido enviados a una cruzada contra los repugnantes turcos otomanos para expulsarlos de nuevo a su oscura morada de Mordor. Los turcos los derrotaron con su mal olor antes aún de pisar el sacro suelo de Constantinopla y les ocasionaron más de 20.000 bajas (de las cuales 15.000 fueron muertos y 5000 castrados y violados por entre 10 y 15 turcos). A pesar de ello los frencesitos aprendieron novedosas y mortales tácticas tales como rociar a los hombres de armas ingleses con pedos sublimados y sodomizar a los prisioneros de las avanzadillas sajonas y mandarlos en bolainas al campamento inglés. Huelga decir que las victorias arribaron pronto.Por otro lado, viendo que quien mandaba ahora eran los comedores de cebolla, Escocia se decidió de una vez por todas a vengar a William Wallace y atacó sorpresivamente con tres jinetes, dos divisiones panzer y una gran leva de piqueros de las tierras altas sin calzones. Esgrimiendo la hermandad entre los pueblos célticos, además, un caballero galés alcohólico llamado Michael Owen se autoproclamó príncipe de Gales, con lo que el desgraciadísimo rey inglés de turno, Ricardo IV el austrohúngaro, tenía nada menos que tres frentes abiertos.
Disposición de ambos bandos antes de la batalla según un grabado del siglo XV.

Como se ve, el futuro para Inglaterra parecía deparar un reino colmado de guillotinas y de gays, de pelirrojos borrachos tendidos en las cunetas durmiendo la mona... Pero lo peor era que el heredero, de nombre Enrique, y ya iban 5, era un mozo enclenque de escasa inteligencia que tenía por principales aficiones leer novelas de caballerías, hacerse pajas pensando en el rey Arturo, y matar lagartijas (o como él las llamaba, futuros dragones) a bastonazos. Su padre, para aumentar su hombría, decidió mandarlo al frente de Gales tras nombrarle caballero a los 12 años y ponerlo al mando de todo el ejército en sustitución del sucesor de Lord Voldemort, el duque John Gaunt, que había perdido los testículos tras pisotear una mina S de procedencia nazi.

Parece ser que la primera vez que entró en combate marcó al joven Enrique para el resto de su vida. Primero porque extinguió la oveja de campo galesa al mearse encima durante los doce días previos al combate y la acuciante necesidad de conseguir pieles de oveja para proporcionar ropa interior al muchacho hizo desaparecer la fatídica especie. Segundo porque murieron sus dos amigos del alma en la batalla; y tercero, porque recibió un flechazo en plena cara que indudablemente le afectó de algún modo al cerebro. Narran las crónicas anglosajonas que tres días después de estos hechos Michael Owen era convertido literalmente en embutido y devorado por las más desfavorecidas clases de la realeza inglesa. En cuanto los escoceses se enteraron trataron de huir dejándose atrás las armaduras y las faldas, pero fue en vano: una salva de caca en llamas disparada por trabuquetes nuevos los barrió de lleno acabando con sus vidas.
Y aquí las verdaderas palabras que pronunció en aquella jornada.

Cuando fue nombrado rey en 1415 Enrique no dudó en lanzarse a zurrar bien a los franceses, en ese momento gobernados por un demente de la peor especie llamado Charlie VI. Este lumbreras solía bañarse una vez o dos al año para no maltratar su santísima y pura piel, aullar como un lobo mientras corría por el palacio matando vampiros invisibles, ordenar a los frailes realizar acrobacias, y de cuando en cuando le daba por liarse a mandobles contra sus propios caballeros. Así pues, uno o dos días después de acabada la ceremonia de coronación (consistente en una batalla a repollazo limpio), una flota de 1500 barcos y lanchas de desembarco partía para Normandía para derrotar al nazismo a los franchutes. Secundaban al rey el conde Hagrid de Joguarts y el duque Bilbo Bolsón de la Comarca.

El primer paso de la campaña fue atiborrarse todos de unas setas de dudosa procedencia y coger una gastroenteritis tremenda. La decisión unánime fue largarse a Inglaterra para no dejar mucha caca en poder de los franceses. Estos venían al mando de Charlie a capturar al rey y poner fin a la guerra de una vez por todas. A causa del pésimo estado de los caballos ingleses, que cagaban nueve veces al día a causa de la diarrea, Enrique y sus compinches fueron atrapados en Agincourt. La batalla fue breve pero sangrienta. El resultado, como de costumbre: tropecientos gabachos muertos abonando los resecos campos de la región. Según las imparciales leyendas del bardo inglés William Shakespeare la batalla fue más o menos así: los arqueros galeses descargan sus flechas sobre los caballeros franceses que atacan, estos mueren a docenas; los arqueros disparan sus pañales dodot cargados de caca liquida sobre los infantes franceses, estos mueren a cientos... y ya está. Por parte inglesa hubo un muerto y tres heridos.

Desgraciadamente el bueno de Enrique la palmó de disentería pocos años después y la victoria no sirivió de nada. XD!!!

Juana de Arco

Como se podría observar si no llevase armadura, Juana tenía otras armas además de su espada.

En Inglaterra todo Dios esperaba que el hijo de Enrique V, Enrique VI (los monarcas eran muy imaginativos a la hora de elegirles nombre a sus hijitos), fuera nombrado también rey de Francia por los gabachillos, que lo habían prometido asintiendo con gesto solemne y grandilocuente. Estos, en cambio, se decantaron por el hijo de Charlie VI, un niñato asqueroso y traicionero que decía ser más malo que Darth Vader pero que en realidad era un llorica y al que tenían que dárselo todo resuelto, incluso masticarle la comida. Por supuesto el cabreo en Inglaterra fue de grado 10. Lord Hagrid de Joguarts decidió emprender nuevas campañas para aplastar al niñato. Para ello reclutó a cuanta tropa pudo y nombró general en jefe a Lord Talbot, un primo suyo al que no conocía ni Dios. Este señor afirmó que la clave para controlar Francia residía en Orleans, una ciudad encuadrara en medio del río Loira. Su ayudante, John Falstaff, un gordo oportunista ávido de dinero, aseguró que así era, aunque en realidad era la fortaleza más difícil de tomar de todo el país.

Total, que pusieron sitio a Orleans y punto. Entre tanto, en un pueblucho de provincias del norte, una joven campesina llamada Juana de Arco, que o bien padecía serios problemas mentales o bien contaba con setas alucinógenas entre su dieta, aseguraba que Jesucristo Superstar en persona le había suplicado que reuniese a una compañía de héroes para liberar Francia y echar a los perros ingleses de vuelta a la ciénaga de la que venían. Asimismo esta tal Juana solicitaba una audiencia con Charile VII. Este preguntó a sus consejeros si la moza tenía las tetas muy grandes, y tras recibir una respuesta afirmativa accedió a verse con Juana. Tras horas y horas de reunión durante los cuales la guardia del monarca escuchó numerosos gemidos, Juana recibió la orden de reunirse con el general Barbazul y ponerse rumbo a Orleans para romper al sitio.
Juana asaltando Orleans mientras los ingleses intentaban huir con el rabo entre las piernas.

Por el camino muchos caballeros y soldados maleantes se unieron al ejército de Juana, que en cuanto llegó a Orleans sorprendió a los ingleses celebrando un partido de cricket. Muchos murieron combatiendo a bastonazo limpio contra los caballeros franceses y el inepto Falstaff huyó torpemente campo a través acarreando un gran saco lleno de monedas, pero Lord Talbot logró refugiarse en unas poderosas fortificaciones de playmobil junto a la ribera del Loira. Juana las asaltó con los hombres de armas provistos de garrotes de pinchos que formaban su guardia y redujo a los defensores a puré. Sólo Talbot y dos más escaparon vivos por un túnel secreto (la baja cifra de fugitivos se debe a que el cuatro hombre en pasar, el duque de York, era aún más gordo que Falstaff y dejó el pasaje taponado).

Ante semejante derrota Lord Hagrid degradó a Talbot a escudero homosexual de Falstaff y conminó a ambos a vencer de una vez a los gabachos o a suicidarse. En el otro bando la euforia fue tal que los festejos duraron tres días y dejaron Orleans en peor estado que cualquier ciudad honrosa tras una fiesta de hooligans británicos. Juana estaba crecida y prosiguió sus conquistas liberando un pueblo tras otro. Sus viejos enemigos se toparon con ella en Patay, esta vez en campo abierto, por lo que Falstaff estaba seguro de su victoria y no se molestó en dirigir la batalla. En lugar de eso se fue de putas a una casa de luces parisina exclusiva de los oficiales ingleses. Cuando regresó supo que los arqueros galeses habían sido aplastados por los caballeros enemigos al ser las estacas que llevaban simple plástico barato comprado a un chino de los arrabales de Mons. Talbot se hallaba prisionero y sometido a horribles torturas que incluyeron quema de barba y pisoteo de cojones.

La catástrofe no podía ser mayor para los ingleses, pero por fortuna una conspiración urdida por un grupo de militares golpistas en Francia llevó a Juana a caer en manos de los borgoñones, aliados de los ingleses, que le entregaron a Lord Hagrid. Este, aunque en su interior quería someterla a terribles violaciones, se la entregó a la Inquisición, cuyo joven director, un teutón que respondía al nombre de Joseph Ratzinger, pretendía quemarla en la hoguera por referirse como Superstar a Jesucristo y por travestirse como medio de diversión. La sentencia fue ejecutada y de la pobre no quedaron más que unas cenizas que Lord Hagrid usó para abonar su campo de coles a las afueras de Cambridge.

Final

Muerte de Talbot. Como puede verse, el muy ricachón vestía una armadura de oro puro.

Pero si los sibilinos ingleses creían que los gabachos se afeminarían todavía más al enterarse de que las cenizas de Juana estaban ayudando a crecer los tejos que los sucios y piojosos galeses usarían para fabricar sus arcos, estaban equivocadísimos. El llorica de Charlie VI había crecido un poco, y a base de ostias propinadas por sus maestros había abandonado sus vicios y dejado de lado su faceta geek para dedicarse a asuntos bélicos. Los borgoñones, que oían en tintineo del oro en la bolsa y hacían lo que mandase el amo, no dudaron en cambiarse de bando al ofrecerles Charlie el vellocino de Oro de Jasón más un plus de dos condados fronterizos llenos de viejos desertores de las campañas de Juana que ahogaban sus penas sodomizándose unos a otros con las largas barbas de por medio.

Con el ejército conjunto franco-borgoñón listo y reforzado con bretones de probada hombría y dos meretrices por cada soldado para ayudar a que los nobles franceses empezasen a levantar el paquete, París cayó de un golpe. La pérdida de la ciudad supuso un tremendo aldabonazo para el bellaco de Enrique VI, que ante la imposibilidad inmediata de recuperarla, ahogo sus penas en la malvasía. Mala era la adicción, cosa que quedó probada cuando el apayasado monarca sufrió un terrible ataque de hinchazón en los dedos de los pies. Eso le impidió liderar la campaña en Normandía, que fue puesta al mando de un tal Thomas Kyriell. Este era un militar a la vieja usanza: asesinatos, violaciones, saqueos, colgar a los desertores de los pulgares, etc. Lo malo era que al haber servido en los tiempos de Enrique V el muy necio todavía que la mierdecilla de arcos largos galeses eran clarísimamente superiores a las escopetas y cañones gabachos. Sí, estos se habían decantado al fin a dejar que mercenarios extranjeros les ganaran las batallas mientras ellos descansaban al sol y tomaban gin tonics.

Con tal situación, el resultado del combate está claro. Los ingleses fueron destrozados, para orgasmo de una Francia que ya veía a los bárbaros anglosajones corriendo descalzos sobre las aguas del canal con los cogotes más rojos que un tomate. Pero aún no estaba todo dicho, ya que en Gascuña seguía habiendo sheriff abusivo y guarnición enemiga. Huelga decir que al ver llegar al primer jinete gabacho la población local empezó a sacar las banderas que escondían en los graneros y comenzó el fiestorro de la liberación. Casi toda Francia ya estaba ahora en las zarpas llenas de roña de Charlie VI, que sin haber hecho nada, se sentía mejor incluso que el Cid Campeador.
Reventar a bombazos a 2.000 hobbits con acné debió de ser francamente divertido.


Trece condes ingleses se suicidaron al enterarse de las derrotas. Lo hicieron debidamente, es decir, matándose entre sí a base de puntapiés en la entrepierna. Enriquillo VI, fuera de sí, dio órdenes de armar un nuevo ejército. Apenas pudieron juntarse unos 2.000 galeses, otros 2.000 hobbits de la milicia, y media docena de ratones campestres como tropas pesadas. El mando de esta variopinta tropa recayó en el panoli de Lord Talbot. El hombre, a sus 70 años, ya no era el vigoroso incompetente de sus años mozos, además, de tanto montar le había quedado el ojal demasiado grande, y no había montura en toda Inglaterra que pudiera adaptarse a su gran y magno trasero. De todos modos el tío fue a lo suyo.

En cuanto este ejército desembarcó en Burdeos los lugareños cambiaron de bando de nuevo. Olían el dinero en los bolsillos de los desaprensivos hobbits, que siendo de la quinta joven de la Comarca estarían deseando irse de bares por las callejuelas de la ciudadela. Los franchutes, por su parte, se acobardaron al ver llegar a sus crueles adversarios, no dejándose engañar por la baja estatura de parte de la mesnada. El apestoso hedor que propagaban los piojosos galeses fue olido a doce millas de distancia, lo cual dio ventaja a su comandante, un tal Juanito Jones, que levantó fortificaciones y se atrincheró a la espera de Talbot.

La batalla no tuvo mucho de especial. Básicamente 6,000 franceses armados con escopetas las dispararon al unísono contra Talbot y su gente nada más estos salieron de los bosques en una cutre formación gritando “¡por la Comarca y por Inglaterra!” y arrojando piedras y naranjas contra las avanzadillas borgoñonas. Tras diezmar esta primera y decidida acometida, Juanito mandó que los cañones abrieran fuego, causando más bajas a Talbot. Este, envalentonado, decidió jugar su mejor baza lanzando a los ratones contra el flanco derecho de borgoñones, que se sabía estaban alicaídos por el bajo número de enemigos en el campo, lo cual indicaba poco saqueo de cadáveres. El ataque inglés fue contenido y Talbot en persona salió corriendo a trompicones, siendo finalmente cazado por una bala de cañón que lo dejó más espachurrado que un tomate maduro. Los supervivientes fueron llevados a Paris encadenados uno tras otro, y allí la población local dio buena cuenta de ellos con fines de lo más pervertidos... Así, de tan triste modo, concluyó la guerra de los Cien Años...

Consecuencias

Las consecuencias de la guerra fueron nefastas para Inglaterra. Además de haber perdido todos los territorios en Francia con la consiguiente pérdida de nueve décimas partes de los impuestos estatales y gran número de concubinas, rameras varias, soldadesca para masacrar irlandeses y demás pillos; el país quedó con la moral por los suelos. Para sufragar los gastos tuvieron que ser clausurados en Chelsea, el Arsenal, el Manchester United y el Liverpool, quedando la Premier League reducida a competiciones entre las levas de milicias feudales. El suceso, junto con la prohibición de la bigamia y la zoofilia por parte de Eduardo VI, que creía que todos sus males eran fruto de su mala vida, provocó una revuelta entre el campesinado inglés, que se dirigió a Londres provisto de herramientas de campo y algunas pipas escondidas bajo las faldas de las hijas menores. Tras una batalla campal de dos días que dejó la ciudad en un pésimo estado los revoltosos aldeanos rojos fueron debidamente suicidados por las tropas reales y todo quedó en nada. Desgraciadamente el malestar nacional se propagó a la familia real, que no tuvo otra idea para solventar la falta de enemigos externos a los que atacar con posibilidades de vencer, que organizar una guerra civil. Esta fue cruentísima y se llamo la Guerra de las Dos Rosas debido a la manifiesta homosexualidad de los dos nobles que combatían.

En Francia la situación de posguerra fue mucho mejor. En primer lugar porque cerca de treinta mil soldados borgoñones regresaban borrachos y desprevenidos a sus hogares con los zurrones rebosantes de oro. Este dinero, tras la detención y conversión en carne de lata del ejército borgoñón, permitió la conquista de algunos territorios fronterizos que fueron debidamente afrancesados, lo que provocó un reblandecimiento paulatino de la gente que habitaba dichas regiones, causa ésta junto a la cobardía natural de los francesitos y su más que evidente ineptitud militar (recordad las batallitas del principio) de que en el siglo siguiente los españoles los aplastáramos como a cucarachas.

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